LA GUERRA DE TROYA: EL CANTO DEL CISNE DE DOS CIVILIZACIONES (PARTE III) | ||
El despertar arqueológico de Troya
Cuando Schliemann consigue sacar del olvido los restos arqueológicos enterrados en Hisarlik en 1872, todo llevaba a pensar que la conocida leyenda de Troya pasaría definitivamente a convertirse en realidad histórica. Pero lo cierto es que la fortaleza que Schliemann descubrió (Troya II) presentaba una cronología que se extendía entre los años 2600 al 2300 a.C., una época demasiado remota para pensar que una coalición griega hubiera protagonizado el ataque y asedio a la ciudad hitita, más aún en un tiempo donde la presencia griega en la península balcánica era prácticamente nula. De este nivel lo más destacado fue el hallazgo del "Tesoro de Príamo" en 1873, compuesto por más de doscientas cincuenta piezas únicas de orfebrería. Pero este intento fallido no descartaba que en un estrato superior pudiera existir la Troya de Homero.
Las prospecciones que siguieron a los estudios de Schliemann descubrieron que
debido al reducido espacio en el que se concentraba la ciudad de Troya, una
colina de unas dimensiones de 150 x 200 metros, y debido a lo relativamente
perecedero del material de fábrica de sus edificaciones (ladrillos de adobe),
desde época prehistórica se empleaba una técnica de renovación del
asentamiento cada cincuenta años aproximadamente. De esta forma se derruía y
extendía sobre el terreno las antiguas estructuras arquitectónicas, reconstruyéndose
sobre el antiguo asentamiento una nueva ciudad y así sucesivamente. El
resultado de esta práctica fue una elevación de 16 o 17 metros de altura
aproximadamente, a la manera de tell.
Resultado de todo ello fue, una vez excavadas dichas capas, la existencia de
hasta nueve ciudades distintas, enumeradas desde la más antigua (Troya I) hasta
la más reciente (Troya IX), y de todas ellas la descubierta por Schliemann fue
Troya II. Lo difícil sería determinar cuál de esas nueve ciudades fue aquella
que sufrió la ira de la coalición griega.
Tuvo que ser Wilhelm Dorpfeld (Barmen, 1853 - Leucadia, 1940), estrecho colaborador de Schlieman en el hallazgo de Troya II, el que diera, en posteriores campañas, con la Troya homérica, (Troya VI, en su fase final y Troya VII). Pero aún había muchas preguntas sin respuestas que era de obligado cumplimiento descifrar, más aún con la emoción que supuso los hallazgos de Dorpfeld. Tras el fallecimiento de Schlieman, Dorpfeld continuó las excavaciones en Hisarlik centrando todo su esfuerzo en el estrato de Troya VI, dando con una importante muralla defensiva dotada de puertas de acceso y restos de torres de defensa. De los objetos y utensilios hallados en este nivel, se dedujo que Troya VI debió ser una ciudad próspera y opulenta, muchos de estos, eran objetos de lujo orientales que apunta a un gusto por el refinamiento de las élites ciudadanas. Según los estudios de Dorpfeld, a Troya VI le llegó su ocaso tras varias centurias de ocupación. En un primer momento se pensó que pudo ser arrasada de forma violenta por algún enemigo exterior, aunque finalmente se impuso la teoría de que fue un desastre natural, probablemente un terremoto el agente causante de tal destrucción.
A
los trabajos de Dorpfeld, le siguieron nuevas e ilusionantes misiones arqueológicas.
En total, y hasta hoy, se ha sacado a la luz una mínima parte de todo lo que
representa Troya, en definitiva, menos de una quinta parte de toda la superficie
del yacimiento se ha recuperado, quedando mucho por hacer.
Entre los años 1932 y 1938 el protagonismo en los trabajos de Troya lo tuvo una
expedición estadounidense dirigida por Carl
Blegen (Minesota,1887 – Atenas, 1971). Lo primero
que Blegen hizo, fue confirmar la ya conocida hipótesis de que Troya VI fue
destruida por un terremoto. Pero su principal aportación fue dar un nuevo
sentido a las diferentes fases de habitación del asentamiento, detallándolas aún
más que en trabajos anteriores. Blegen, por su parte, no tardó en señalar el
estrato Troya VIIa como la ciudad homérica. A pesar de que el arqueólogo
norteamericano señaló indicios que le llevaban a pensar que este nivel de
ocupación fue destruido de forma violenta, producto de un largo sitio, lo
cierto es que Troya VIIa carecía en ese momento de cualquier riqueza u
opulencia, ya que demasiado tenía la ciudad de ese periodo con recuperarse de
los nocivos efectos del terremoto del nivel anterior.
Esta tesis se veía reforzada por los datos de datación arqueológica, puesto que tras analizar los restos cerámicos, la ciudad debió sucumbir hacia los años 1230 y 1190 a.C., un periodo poco favorable para que las ciudades micénicas pudieran emprender tan magna empresa.
Los trabajos continuaron en 1988, esta vez a cargo del alemán Manfred Korfmann (Colonia, 1942 - Ofterdingen, Baden-Wurtemberg, 2005), el cual empleando las nuevas técnicas de prospección le llevó a encontrar lo que denominó “barrio bajo” (Troya VI), que llevó a replantear una visión diferente de la realidad del yacimiento, tanto en extensión como en número de habitantes. Los hallazgos de Korfmann, entre ellos puntas de flechas y proyectiles para hondas, junto al descubrimiento de una gran superficie quemada producto del fuego, así como los restos óseos de un individuo de sexo femenino semienterrado, le llevaron a afirmar que la ciudad había sido destruida por la acción humana, producto de un asedio y el posterior aniquilamiento. Lo que Korfmann no fue capaz de determinar es quiénes fueron los autores de tal barbarie.
Tras la muerte de Korfmann, en el año 2005, se hizo cargo de las excavaciones el arqueólogo austriaco Ernst Pernicka, sacando a la luz en 2009 una tumba de inhumación con los restos de dos individuos que fueron datados en el 1200 a.C. (fecha de la destrucción de la Troya homérica), junto a los cuales se encontraron distintos restos cerámicos.
Finalmente en el año 2013 los trabajos arqueológicos estaban bajo el control de la universidad de Canakkale y las actividades de excavación eran dirigidas por Rüstem Aslan. En ese ultimo año, la Universidad de Wisconsin-Madison, junto con la Universidad turca de Canakkale, pusieron en marcha una nueva campaña de trabajos en Hisarlik con el objetivo de encontrar el cementerio real de Troya, así como profundizar en el análisis de las fuentes escritas, más concretamente encontrar pruebas de la escritura que se empleaba en la región, una asignatura aún pendiente.
Troya, modelo de ciudad comercial y residencial anatolia
A medida que la antigua ciudad se iba recomponiendo, los arqueólogos y el resto de expertos, observaron que arquitectónicamente el aspecto de Troya VI/VIIa, se aproximaba en mucho al modelo de ciudad anatolia, y prácticamente en nada mostraba semejanzas, ni arquitectónicas ni estructurales, con las ciudades greco micénicas. La conclusión fue que se trataba de una ciudad Anatolia, y, como el resto de ciudades anatolias, Troya contaba con fosos defensivos (los sistemas defensivos micénicos carecían de foso), el perímetro defensivo se constituía por robustos muros de adobe (las murallas de las acrópolis micénicas no se hacían de adobe, sino de piedra), o las torres avanzadas, muy numerosas en Troya VI/VIIa, que también es un elemento característico de las ciudades anatolias, no existían en las murallas micénicas.
Hemos señalado anteriormente que la extensión urbana de Troya VI/VIIa fue fijada por Korfmann en más de doscientos mil metros cuadrados, y su población bien se podría aproximar a los ocho o nueve mil habitantes. Con estos datos es muy posible que en la Troya homérica debió existir una organización social perfectamente estructurada y jerarquizada, con una clase dirigente importante, que controlaría el gobierno y los intereses de la ciudad. Esta ciudad, con el sistema defensivo de que disponía, debía de ser un lugar extraordinariamente rico, con enormes tesoros, y consecuentemente objetivo de piratas y saqueadores, y por tanto debía existir un poder político y administrativo eficaz capaz de defenderla de eventuales ataques.
En la cúspide de esta organización social debió existir una especie de soberano o caudillo perteneciente a una de esas familias que constituían la clase dirigente. Este soberano con casi toda seguridad debió estar vinculado a la divinidad para imprimirle al cargo la legitimidad necesaria ante el pueblo. Con el tiempo esta forma de gobierno desembocaría en una dinastía hereditaria, pasando el cargo de padres a hijos.
Pero además existen otras pruebas irrefutables de la identidad anatolia de Troya, como lo demuestra la mayor parte de su producción cerámica hallada, principalmente la vajilla doméstica de clara impronta anatolia. Existen restos de cerámica micénica, muy apreciada como producto suntuoso, pero en menor medida, fruto de la importación de productos de lujo. Al igual que la cerámica, tanto los ritos de culto, los ritos funerarios y los dioses en la Troya del 1200 a.C., eran anatolios.
Una vez demostrado el origen anatolio de la Troya de Homero, es demostrable que esta ciudad era un enclave comercial de primer orden, que contaba con un puerto situado a unos ocho kilómetros de la colina de Hilsarlik, en la Bahía de Besik, que formó parte de la organización comercial troyana y que fue fundamento de su supervivencia económica. Dada su extraordinaria posición geográfica, Troya debió mantener relaciones comerciales con diferentes pueblos y culturas, ya que de ello dependía su supervivencia. Son innumerables los objetos hallados en las excavaciones que son ajenos a Troya y que no tiene otra explicación lógica de que provenga de un intercambio comercial a gran escala.
Esta riqueza comercial, tuvo su claro reflejo en las edificaciones, tanto defensivas como civiles, cada vez de mejor factura, más aún cuando se trataba de una ciudad opulenta que encerraba grandes riquezas. Sus edificaciones llegaron a tener hasta dos alturas dentro de la ciudadela, y en el barrio bajo se establecieron los artesanos destacados por ser grandes trabajadores del metal y de paños purpúreos, considerados artículos de lujo.
Pero si Troya contaba con una ventaja comercial importante, esa era que en su zona de influencia no existía ninguna otra ciudad que pudiera hacerle sombra desde el punto de vista comercial. Por ello, Troya debió ser la sede oficial de muchos delegados o intermediarios comerciales de otras zonas, los cuales permanecían en la ciudad velando por sus intereses comerciales. Su organización e importancia estratégica, económicamente hablando, debió servirle a Troya para mantener su independencia política, o al menos algún tipo de autonomía, frente a la constante amenaza de las grandes potencias del momento, ya que de este modo les era más útil, aunque es posible que pagaran algún tipo de tributo.
Las conclusiones que han sacado los investigadores, que no vamos a exponer aquí en toda su extensión, ya que no es el objeto de este artículo, es que Troya se encontraba dentro del imperio hitita, y que se trataba de una ciudad tanto residencial como comercial a la que denominaron Wilusa.
Por otro lado se demostró que Troya no era un reducto pobre y sin importancia, que no alcanzaba la categoría de ciudad, sino todo lo contrario, fue una extensa y rica ciudad ampliamente poblada, cuya base económica era el comercio a gran escala, lo que le permitía su privilegiada situación estratégica. Además como señala Joachim Latacz:
“Troya tomó el papel de un punto mediador económico y centro de organización de las regiones próximas y lejanas, no solo de Asia, sino también en la Europa que tenía en frente, con el natural aprovechamiento de las estructuras económicas concurrentes y beneficio para todos los participes”
FUENTE: PORTAL EN INTERNET DEL SITIO WEB TERRAEANTIQVAE.COM
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Turisteando gatronómicamente en un local griego de provincia